Una tarde en la sauna

El presente texto no es ni un artículo teórico ni pretende encontrar parcelas ideológicas de deconstrucción subversiva ni mucho menos invitar a una gran reflexión desde máximas epistemológicas. Más bien es una reflexión personal y subjetiva y que, desde ahí, pretende construir una narración sobre uno de los espacios masculinos más interesantes, a mi parecer, y donde podemos ver una reproducción de roles patriarcales entre hombres en su mayoría de prácticas homosexuales.

La primera vez que fui a una sauna hace ya unos 8 años, recuerdo que mi concepto de la misma de aquel entonces se acercaba mucho a una imagen prejuiciosa de carácter ochentero donde me imagina todo oscuro, con luces rojas con gemidos y hombres y más hombres apostados por todos lados esperando a tener sexo. No tengo muy claro si esta imagen era real o infundada o una unión de ambas. En aquella ocasión fui con un amante esporádico y me daba un poco de grima todo y miedo, pero bueno como iba acompañado, me daba igual. Solo recuerdo un bar circular que daba al resto del espacio donde la gente hablaba, fumaba y bebía. Tomamos algo y nos metimos en una de las cabinas. En estos espacios te metes con quien quieras: hay como una especie de cama, un rollo de papel y ahí que te pones al lío. Todo práctico para el sexo esporádico.

Después de esto, he estado en la sauna tres veces más, todas ellas en los últimos meses. Si la primera vez fui a Sevilla y no recuerdo nada, esta tres últimas han sido a Torremolinos y he estado más expectante de todo lo que sucedía.

Esta sauna se encuentra entre dos pequeños edificios y para acceder tienes que pasar por una especie de corredor abierto y ya te encuentras con el recibidor. Ahí te espera un chico, el cual por 14 euros (que es el precio de entrada) te da dos toallas y unas chanclas, además de un condón. Desde que entras, dado que en esa planta se encuentran varias estancias incluidas la terraza y el bar, ya hay miradas penetrantes de gente que quiere cogerte y gente a la cual quieres coger tú. La media de edad de la sauna ronda los 40, aunque encontramos un buen número de franceses y británicos entre los 60 y 70, aunque, eso sí, muy activos sexualmente y bastante bebedores.

Bajas y hay dos escaleras que desembocan en un espacio que da o a las cabinas o a los vestuarios. En estos siguen las miradas y allí la gente o bien a tarda mucho en cambiarse o se toca mientras lo hacen. Hay una puerta justo a la salida de los vestuarios que da a los servicios; una vez entras tienes a la izquierda los inodoros y a la derecha los urinarios, los cuales tienen una ventana que dan a la duchas y te permiten ver a la gente que se anda duchando (muchos de ellos masturbándose lo cual te permite a ti hacerlo también). Sales a la izquierda, la duchas donde como he dicho o bien te duchas o bien te pajeas y desembocas a la zona de cabinas al igual que el recibidor que da a los vestuarios, en las cabinas hay un incesante trajín de hombres de todas la edades mirándose, tocándose al pasar y buscando sexo con una simple mirada o rozamiento. Dentro de estas, hay ventanas de metal que se abren: si quieres puedes abrir para que te toquen, tocar o que te miren. Al fondo tienes tres espacios, y todo lleno de cabinas con pasillos hacia el interior. A la izquierda, el cuarto oscuro que tiene dos puertas y donde la única luz que entra es la de afuera. Otra que da a la jacuzzi y otra con unas sillas con porno y dentro de esta unas puertas con el agujero de la gloria, esto es donde metes el pene y un desconocido te la chupa.

 agujero 10208756696530649_1989889624_nSi volvemos hacia atrás al recibidor de abajo tenemos dos escaleras que suben y dan a la recepción y a las otras estancias: una pequeña piscina, la sauna, el baño turco, unas duchas y la cafetería con la terraza de fumadores.

Ni que decir, que en este espacio la entrada a las mujeres está vetada. No se plantea como algo mixto o abierto, sino únicamente masculino, con la consecuente reproducción de roles que eso conlleva.

La primera vez me mantuve tan atento a ligar que no percibía mucho más allá de lo que ocurría a mi alrededor. Eso sí, entre los usuarios podemos destacar a un buen número de chaperos que por 20 euros van andando por ahí mientras se masturban de estancia en estancia para poder captar algún cliente, mostrando la mayoría de las veces enormes pollas y que en su cotidianidad no te hacen pensar de constructo homosexual alguno.

La segunda vez fue otra cosa. Además de haber reformado parte del lugar y que en vez de dos toallas se diera una y una consumición, al estar en el cuarto oscuro presencia una imagen que me horrorizó bastante. Había un chico que se metió en uno de los recovecos para ver qué había. Yo también lo he hecho y, bien es verdad, que la gente te toca y punto, sin mirar ni cómo ni nada y se produce una fusión de penetraciones, mamadas y lamidas. Todo a pelo, lo cual es bastante inseguro. Pues un chico iba a pasar y fue parado por tres hombres, uno lo bloqueó entre sus dos brazos, otro le quitó la toalla y empezó a tocarle la polla y otro le comía los pezones. Nadie hacía ni decía nada pese a la cara de disconformidad y de agobio del chaval. Dos veces intentó moverse y dos veces se lo impidieron hasta que pudo escapar. Nadie dijo ni exclamó nada. Yo me quede atónito y perplejo ante una escena tan violenta y a la vez, a la vista de los hechos, tan normalizada. Eso me hizo pensar en cómo funcionan los roles en este espacio y de cómo el patriarcado entre hombres muestra una conformidad entre nosotros que nos tiene que hacer pensar cuánto de cuidado hace falta en nuestros espacios. Ya atento me di cuenta de que los comportamientos no son muy diferentes a los de cualquier lugar de cruising: la gente da vueltas y vueltas y más vueltas buscando lo mismo, pero no se habla, no se comunica y así pasan las horas y el nivel de ansia y estrés aumentan. Donde no puedes tampoco mostrar que llevas mucho buscando, o sea, que no vales ya que no has ligado del tirón y, con lo cual, eres de “esos que no ligan”, es decir, el exponerse se paga igual de caro. Además de que existe una clara jerarquía de hombres jóvenes, blancos, con sus fisuras sí, pero donde se sospecha del negro o del latino, vaya que sea un chapero y te vean tontear con él, donde la gente se aleja de los maduros y de la gente gorda y donde la extrema pluma tampoco termina de estar bien vista, ni que decir hombres trans. <<!Somos machos en la sauna!>>

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Esa vez me fui con una sensación fea, pero al final, claro, uno va a lo que va y, después de recorrer 45 kms, sino ligas, pesa más eso que todas estas situaciones.

La última vez que fui, más de lo mismo, con la diferencia de que el entrar en el cuarto oscuro justo donde se veía un hombre, este me tocó y le quité la mano, me la volvió a poner en la polla y se la volví a quitar y la última vez le exclamé <<No es no desde la primera vez>> ¿Qué fue lo que pasó? Que este hombre me sonrío y el resto soltó una carcajada; así de simple y de sencillo, lo cual también me hizo pensar lo normalizado que está todo y lo peligroso que puede ser esto a última hora del día: nadie va a gritar porque nadie es “una nena”.

¿Volveré a ir? Seguro, pero siendo consciente de que pesa mucho no poder tener otros espacios más sanos y que, claro esta, ya iré con la escopeta cargada. No me va la violencia gratis, pero la falta de cuidados y de “comunidad” en este tipo de espacios hacen de las saunas, como de cualquier otro espacio gay despolitizado, un campo de batalla.

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